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Capítulo 3: Los ataques de pánico y las crisis de ansiedad

“Estoy impresionado [...] tu mayor temor es el propio miedo. ¡Eso es muy sabio!” –Dijo Remus Lupin en el libro Harry Potter y el prisionero de Azkaban–.

Cuando una persona con emetofobia decide buscar ayuda profesional, casi siempre es diagnosticada con Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), una condición que está afectando a tanta gente como nunca antes.

Antes de que iniciara la pandemia por COVID-19, la Organización Mundial de la Salud presentó un informe en el que estimaba que unos mil millones de personas estaban siendo afectadas de alguna manera por la ansiedad y/o la depresión. Desde luego, esa cifra se multiplicó durante los meses de confinamiento.

El TAG se define como una alteración del estado mental, emocional, social y de la salud física de un individuo, capaz de causar malestares que interfieren en sus actividades diarias. Su causa puede ser variada: una sobrecarga de estrés por el bullicio de la vida cotidiana, problemas familiares, laborales, económicos, eventos traumáticos, fobias, inseguridades, etc.

Lo interesante para nosotros es que gracias a lo común que se ha vuelto este padecimiento en la vida moderna, la ansiedad sí ha sido bastante estudiada y comprendida, a diferencia de la emetofobia. Por lo cual, podemos comprender exactamente qué es y porqué sucede un ataque de pánico.

Los ataques de pánico

Los ataques de pánico son episodios de corta o mediana duración, en los cuales una persona experimenta mucho miedo, intranquilidad y agitación sin que exista un peligro real aparente. Muchas personas llegan a creer que pierden el control, que van a desmayarse, o incluso que están sufriendo un ataque cardiaco y que van a morir.

Si el ataque es causado por una fobia específica, evidentemente el temor más grande será que se presente la situación atemorizante. Por ejemplo, muchas personas que viven en el Valle de México han quedado con traumas emocionales relacionados con los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017. Por ello, suelen experimentar ataques de pánico cuando se encuentran en un piso alto de un edificio o cuando suena la alerta sísmica en los altavoces de la ciudad.

La mayoría de las veces que suena la alerta sísmica en la Ciudad de México no pasa nada. Pero casi siempre, en los noticieros es común escuchar que, cuando se hace el recuento de los daños de un sismo que no pasó a mayores, se menciona que los servicios de emergencia tuvieron que acudir a varios domicilios para atender a personas que presentaron crisis nerviosas con síntomas específicos: sensación de claustrofobia, respiración agitada, latidos acelerados, presión alta, y sí… náuseas.

Pero, ¿por qué estos síntomas específicos?

Pensemos que el mayor miedo de estas personas es que el edificio en el que viven se derrumbe y queden atrapados entre los escombros. ¿Podemos imaginar lo aterrador y desesperante que debe ser pasar horas o incluso días en un espacio oscuro, estrecho y sin poder moverse, bajo toneladas de concreto? Tan sólo por imaginar algo así, yo mismo estoy sintiendo claustrofobia al escribir esto.

Pero, los que nos interesan son los síntomas físicos: respiración agitada, latidos acelerados, presión alta y náuseas. ¿Por qué estos síntomas y no otros?

Para comprenderlo, tenemos que entender qué es el sistema nervioso.

El sistema nervioso

El cuerpo humano está dividido en sistemas anatómicos, conformados por órganos y tejidos que tienen una función específica. Por ejemplo, el sistema músculo esquelético da soporte al cuerpo, el sistema respiratorio capta oxígeno y el sistema circulatorio transporta la sangre por todo el cuerpo.

Pues bien, el sistema nervioso es una compleja red de células nerviosas llamadas neuronas que nacen desde el cerebro y llegan a cada rincón del cuerpo. Podemos decir que el sistema nervioso controla absolutamente todo lo que sucede en el organismo: el movimiento, las sensaciones, los sentidos, la digestión, el sueño… todo está bajo las órdenes que el cerebro envía a través de los nervios.

Podemos imaginar que nuestros nervios son como los cables de un robot, a través de los cuales viaja la información con las órdenes para ejecutar una acción. Esta comparación es bastante exacta, de hecho, si consideramos que lo que viaja por nuestros nervios es electricidad.

Las neuronas son células encargadas le transmitir información entre ellas. Algunas lo hacen a través de impulsos eléctricos y otras a través de impulsos químicos con la ayuda de sustancias que nuestro organismo produce, llamadas neurotransmisores.

Simpático versus parasimpático

Nuestro sistema nervioso se divide en dos partes: el Sistema Nervioso Simpático (que de simpático no tiene nada) y el Sistema Nervioso Parasimpático.

Si suena demasiado complicado, podemos olvidarnos de los nombres médicos. Me permitiré utilizar los términos que el investigador Frank Suárez utiliza en su libro El Poder del Metabolismo. Allí, Suárez se refiere al Sistema Nervioso Simpático como “el lado excitado” y al Sistema Nervioso Parasimpático como “el lado pasivo”. Pero, ¿por qué razón? Simple: el Sistema Simpático es el que se encarga de regular los procesos fisiológicos que entran en juego cuando una persona se encuentra en peligro, activando la respuesta de lucha o huida con el fin de salvar la vida. Es decir, la persona se excita, se agita, se altera.

Por el contrario, el Parasimpático se encarga de las funciones vitales que el organismo lleva a cabo cuando la persona se encuentra tranquila, relajada y en reposo; como el sueño, la digestión y la respiración.

Estos dos lados del sistema nervioso no pueden trabajar simultáneamente. Por lo tanto, cuando se activa uno, se desactiva el otro. Por ello, muchas personas sienten náuseas cuando reciben una mala noticia de golpe, pues cuando se activa el Sistema Nervioso Simpático, se detiene la digestión, que es regulada por el Parasimpático.

El por qué de los síntomas

Ahora sí, volvamos al ejemplo de las páginas anteriores. Decíamos que algunas personas que tienen miedo a los temblores suelen tener ataques de pánico cuando suena la alerta sísmica de la Ciudad de México, y que presentan síntomas como respiración agitada, latidos acelerados y presión alta. Entonces, ¿por qué estos síntomas y no otros?

Es sencillo. Cuando las personas escuchan la alerta sísmica se alteran porque se activa el Sistema Nervioso Simpático y con él todos los procesos fisiológicos para iniciar la respuesta de huida y salvar la vida. Por lo tanto, la persona experimenta respiración agitada porque necesitará más oxígeno al correr; latidos acelerados porque el cuerpo necesitará transportar sangre oxigenada a todas las células que agotarán su energía cuando la persona esté corriendo; y presión alta, porque la sangre tendrá que llegar hasta las piernas para que puedan correr velozmente.

La persona experimenta miedo y angustia, y se reduce la capacidad de razonar. En este punto, no hay tiempo para pensar las cosas, el cuerpo tiene que actuar. Es lo que en los animales se conoce como instinto de supervivencia.

Si algunas personas comieron recientemente, también podrían experimentar náuseas, porque es más fácil huir con el estómago vacío.

La respuesta instintiva de otras personas no es huir, sino pelear. En ellas, las crisis nerviosas no se manifiestan con angustia, sino con ira. Por lo tanto, se tornan agresivas y pueden soltar un golpe sin pensar.

Otras más ni pelean, ni huyen. Su respuesta es la inmovilidad. En el reino animal, esto les ocurre a las especies que son pequeñas e indefensas, y que no son lo suficientemente fuertes para pelear, ni lo suficientemente veloces para huir. Por ejemplo, algunos roedores o conejos entran en una especie de desmayo cuando son atacados por un depredador, y simplemente se quedan inmóviles, o temblando hechos bolita hasta que el peligro pasa.

En los humanos, esta respuesta se puede presentar en forma de desmayo, o bien, como una incapacidad de tomar decisiones. Casi todos conocemos a alguien que se desmaya cuando se impresiona y también a alguien que se queda inmóvil, sin saber qué hacer, ante una situación de peligro.

El poder de las hormonas

Pero, ¿cómo le hace el cuerpo para crear todos estos síntomas? A través de poderosas sustancias llamadas hormonas. Las hormonas lo controlan todo. Absolutamente ninguna función del organismo puede escapar de su influencia. Estas actúan dando instrucciones al cuerpo sobre qué es lo que tiene que hacer. Y son fabricadas por nuestro sistema endócrino, compuesto por una serie de glándulas que convierten el agua y los alimentos en las hormonas que el cuerpo requiere.

Cuando el Sistema Nervioso activa la respuesta de lucha o huida, las glándulas que más trabajan son las adrenales. Estas glándulas se encuentran arriba de los riñones y son las encargadas de producir adrenalina, la hormona causante de los ataques de pánico.

Cuando el cuerpo libera adrenalina, se experimentan reacciones físicas como incremento de la presión arterial, aumento de la respiración y los latidos cardíacos, sudoración, temblor y sensación de inquietud, angustia, enojo o ira. Así, la persona está muchísimo más preparada para enfrentarse al peligro.

La liberación de adrenalina se activa como respuesta a una situación estresante o atemorizante, por lo cual, muchas personas que experimentan un ataque de pánico suelen sentir miedo de los síntomas y entran en un círculo vicioso, porque es precisamente ese miedo de volver a sentir un ataque de pánico, lo que termina causando más ataques de pánico. Es decir, se tiene miedo al miedo.

Esto le suele pasar a muchas personas con emetofobia, porque los síntomas que predominan en la crisis de ansiedad de quien tiene este miedo, son justamente los relacionados con el vómito: las náuseas, los mareos, la pérdida del equilibro y los malestares estomacales.

Andrea Manzuoli, psicóloga de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo, estudió la emetofobia en su proyecto de titulación. Allí, asegura que, en la gran mayoría de los casos, los emetofóbicos sienten un miedo intenso e irracional a vomitar, que no es causado por una verdadera probabilidad de que eso ocurra, sino por la expectativa errónea y la mala interpretación de síntomas que les hacen creer que van a vomitar.

Es decir, que el miedo a sentir náuseas es el que causa las náuseas, las cuales se pueden acompañar de mareos, temblores y hormigueos intensos durante una crisis nerviosa o ataque de pánico. Para algunas personas, este síntoma se vuelve tan intenso durante una crisis, que llegan a experimentar arcadas. Sin embargo, nunca vomitan. Explicaré por qué en los capítulos siguientes.

Activando el parasimpático

Por ahora, es importante recalcar que un ataque de pánico se presenta cuando la mente cree que está en peligro, aunque no sea así. Entonces, en condiciones normales, la respuesta de lucha o huida debería disiparse cuando el peligro se ha ido, pero cuando el miedo es mental y no real, resulta mucho más difícil controlar los síntomas y los efectos de la adrenalina que la persona seguirá produciendo mientras no se sienta segura.

Pero hay buenas noticias, tenemos una herramienta valiosísima para revertir un ataque de pánico cuando se presente. Como expliqué, el Sistema Simpático es el que se activa cuando nos sentimos ansiosos, y no puede trabajar al mismo tiempo que el Parasimpático. Por lo tanto, nuestra meta es simple: activar el Parasimpático para desactivar el Simpático.

¿Cómo podemos hacer esto? Utilizando a nuestro favor el único síntoma que sí podemos controlar: la respiración.

Cuando estamos dormidos, ¿por qué seguimos respirando? Porque la respiración es un mecanismo que está bajo el mando del sistema nervioso autónomo. Por eso no tenemos que pensar cada vez que respiramos. Aunque sí podemos hacerlo a voluntad, casi nunca sucede así. Es un proceso automático de nuestro cuerpo.

Y por esa razón, cuando estamos en ansiedad, el cuerpo respira aceleradamente para llevar más oxígeno y salvar la vida. Pero si nosotros tomamos control de nuestra respiración y la llevamos a un ritmo más lento, el cuerpo entenderá que no hay peligro real y comenzará a operar el Sistema Nervioso Parasimpático, la persona comenzará a relajarse, las nubes de la mente se disiparán y se comenzará a pensar con claridad, los vasos sanguíneos se dilatarán, el corazón disminuirá su velocidad, la temperatura incrementará, los músculos se relajarán y llegará una sensación de tranquilidad.

Si la crisis fue muy intensa o de larga duración, es posible que la persona incluso sienta sueño, porque la tensión muscular habrá gastado tanta energía como si hubiese hecho ejercicio.

Los ataques de pánico se presentan con síntomas muy variados en cada persona. Hay quien siente comezón, frío en las orejas, visión borrosa, temblores extraños, salivación, boca seca, descoordinación, irritación de la piel, pérdida del equilibro, en fin. Todos los síntomas, sean cuales sean, se irán si la persona aprende a controlar su respiración durante un ataque.

Pero lo entiendo. Yo recuerdo perfectamente todo lo que sentía cuando experimentaba una crisis. En ese estado uno no puede pensar en nada más que en el miedo y en lo horrible que se está sintiendo, así que al principio ni siquiera tenía cabeza para pensar si estaba respirando bien o mal. Pero al aprender a controlar mi respiración fui capaz de disipar las crisis nerviosas más intensas, en cuestión de minutos e incluso segundos.

Si crees que esto es demasiado difícil, visita mi canal de YouTube @concalmasinmiedo. Allí encontrarás un video que se llama “Meditación guiada para ataque de pánico o crisis nerviosa”. La próxima vez que sientas un ataque de pánico, reprodúcelo. También puedes utilizar los demás videos de ambientación relajante que he creado para ti como herramientas totalmente gratuitas.

Los maestros de meditación suelen recordarnos la importancia de vivir en el momento presente. El aquí y el ahora es lo único que tenemos seguro. Así que preocuparse por lo que vendrá después no tiene sentido cuando aprendemos a vivir al máximo cada instante del presente. Y no me refiero que tengamos que hacer cosas grandiosas y extraordinarias cada día. Cuando nos sumergimos en el presente es posible disfrutar hasta las cosas más simples de cada instante, como sentir el viento en el rostro, ver el intenso azul del cielo o una noche estrellada, respirar profundamente aire fresco, o escuchar cualquier sonido de lo que en ese momento esté sucediendo.

En un ataque de ansiedad, muchas personas piensan que se están muriendo. Pero es todo lo contrario. Cuando sientes ansiedad, estás más vivo que nunca.