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Capítulo 4: Las mentiras que te dice la ansiedad


La ansiedad no es tu enemiga. Como veremos más adelante, cada emoción tiene una función. Los problemas vienen cuando no se sabe trabajar una emoción o cuando se reprime.

Quienes sufren de un trastorno de ansiedad, a menudo tienden a preocuparse demasiado por el futuro y temen lo que pueda ocurrir. Muchos crean escenarios indeseables o incluso catastróficos, que en realidad nunca suceden. Pero el solo hecho de considerar la posibilidad, es suficiente para atormentar la mente del ansioso.

El cerebro de una persona ansiosa se las arregla para mantener la ansiedad viva incluso cuando ya no hay motivos para sentirla.

Después de superar la emetofobia, todavía sufrí de ansiedad por varios años más, debido a que me repetía más de una de estas mentiras que seguramente tú también te dices si eres una persona ansiosa.

“Me voy a morir”

En una ocasión, yo estaba en la escuela preparatoria (o High School, para quienes viven en el extranjero). Esa mañana no me sentía muy bien. Algo me había caído mal y justo en ese tiempo mi fobia era muy fuerte. Yo tenía 17 años, (11 viviendo con la emetofobia) y hasta ese día no había experimentado algo similar.

Mientras la profesora daba una clase sobre anatomía, yo empecé a sentirme incómodo. Quería que el día terminara ya, para ir a casa. Miraba el reloj cada minuto, mientras movía repetitivamente mis piernas en mi pupitre.

De pronto, comencé a notar que mi corazón estaba acelerado, y una sensación de angustia me invadió. Al transcurrir los minutos, mi respiración también se aceleró, comencé a sentirme muy tenso, las palmas de mis manos comenzaron a sudar y el corazón se aceleraba cada vez más.

Unos quince minutos después, comencé a sentir un hormigueo en los dedos de mis manos y pies, que poco a poco se fue extendiendo, hasta que me hormigueaba con muchísima intensidad cada rincón de mi cuerpo. Era como estarme electrocutando.

Yo ya estaba demasiado asustado, pero entonces, ocurrió algo extrañísimo. Los dedos de mis manos comenzaron a contraerse y mis manos también. En ese momento, tomé la decisión de salir del aula e irme al baño para relajarme a solas. Así que me levanté de mi asiento, pero mis pies no me respondieron. Sólo pude dar dos pasos, cuando la mirada de todos en el salón de clases se dirigió a mí.

Mi compañero más cercano me preguntó que pasaba, pero los músculos de mi mandíbula y de mi laringe estaban tan rígidos, que con gran dificultad apenas pude decir: “me siento mal”. Otro compañero asintió con la cabeza y me dijo: “desde hace rato te ves mal”.

De inmediato, mis compañeros alertaron a la profesora, y con la ayuda de ellos pude salir caminando hasta la enfermería, donde fui atendido por la doctora de la escuela. Llamaron a mi tutora, mi abuela, quien fue a recogerme para llevarme a un hospital.

Así, un día de mayo del año 2011, mi expediente clínico registró por primera vez un padecimiento que había tenido por muchos años: Trastorno de Ansiedad Generalizada.

Lo que me había pasado era una crisis de ansiedad. En realidad, para cuando llegué al hospital yo ya estaba muy tranquilo y no había requerido ningún tipo de intervención médica ni medicamento. Yo ya había tenido muchas crisis antes, pero ninguna con síntomas tan intensos y tan extraños (o al menos lo eran para mí en aquel entonces). Así que sí, desde ese día, cada vez que experimentaba una crisis de ansiedad, yo sentía que iba a morir de un infarto.

Ahora ya no sólo era el miedo a vomitar, sino que también creía que tenía que sobrevivir a mis propias crisis nerviosas. Aquellos fueron tiempos muy difíciles, pero experimentar esas sensaciones tan intensas me ayudó a comprender cómo es que funcionaba mi cuerpo y, sobre todo, mi mente.

¿Volví a sentir una crisis como la de aquel día? ¡Sí! Incontables veces. Muchas fueron tan intensas, que no entiendo por qué nunca llegué a desmayarme.

El cuerpo humano es increíble. Si es capaz de reaccionar de forma tan intensa cuando siente que está en peligro, significa que no es tan fácil de destruir.

Pero el miedo a morir también se manifiesta de otras maneras cuando se tiene ansiedad. “¿Y si las molestias estomacales que tengo tan seguido se deben a algo grave, como cáncer?” Admitámoslo, casi todos hemos considerado esto alguna vez.

“¿Y si tanto tiempo sufriendo de ansiedad termina por quemar mi cerebro y me vuelvo un demente o un epiléptico?”

Nada, no estas muriendo, no estás enfermo. Si vas con un médico que no está al tanto de que tienes ansiedad y le manifiestas tus síntomas, seguramente te mandará a hacer estudios para descartar cualquier posibilidad de que padezcas una enfermedad real. Mi consejo es que te hagas todos esos estudios y compruebes por ti mismo que tu estado de salud es perfecto.

Por si te lo estás preguntando: no, es imposible morir por un ataque de pánico o crisis nerviosa. Además, los estudios indican que las personas más propensas a sufrir ansiedad son los jóvenes. Así que, seguramente, todavía te queda muchísimo camino por delante. No estás muriendo, estás muy vivo, tan vivo que tu cuerpo reacciona de formas increíbles.

El hecho de que tus síntomas sean tan fuertes, sólo demuestra el enorme poder que hay dentro de ti.

“Me estoy volviendo loco”

Es fácil pensar esto cuando la ansiedad es más fuerte que nosotros y nos controla. Y sobre todo al observar a las demás personas, sobrellevando problemas tan graves o situaciones tan difíciles que nosotros ni siquiera podríamos soportar. ¿Cómo lo hacen? Pero también los que son felices, ¿cómo hacen todo lo que hacen? Cosas que parecen normales o simples para cualquier persona, para el ansioso son inimaginables.

Incluso, las cosas cotidianas que tú mismo podías hacer antes de tener ansiedad, hoy parecen tan lejanas e imposibles de repetir, ¿cierto?

Así que, el razonamiento lógico es pensar: “si todo el mundo puede, y yo no, definitivamente algo anda mal en mí. Si yo le tengo miedo a algo que los demás no temen, el problema soy yo”.

En parte, es cierto. El problema está dentro de ti, no afuera en el mundo. Pero eso no significa que te estés volviendo loco. Si tienes la capacidad de entender esto, también tienes el poder de entender el problema y de hacer los cambios necesarios para solucionarlo. En pocas palabras, tienes el poder de sanar.

Las personas que padecen de sus facultades mentales, son aquellas que han perdido el contacto con la realidad y la capacidad de razonar. Eso no te está pasando a ti. De hecho, si tienes ansiedad, es justamente por razonar demasiado.

Así que, loco no eres. Probablemente, las personas que te rodean nunca han vivido algo similar y no te entienden. Para ellos, es más fácil concluir que estás loco, que investigar al respecto, informarse y ponerse en tus zapatos.

Lamento mucho si quienes te rodean son poco empáticos contigo. Pero no los necesitas. En realidad, no necesitas a nadie. Eres mucho más fuerte de lo que imaginas. Si no me crees, pregúntate: ¿por cuánto tiempo has resistido esto solo?

No estás loco. Al contrario, no cualquier mente resiste lo que tú has vivido.

“Hay un lugar seguro”

¡Me pasó! Mi refugio era mi habitación. Y dentro de mi habitación era mi cama. Siempre tenía que haber ruido, ya sea la televisión encendida, o la radio, pero tenía que ser una estación donde los locutores hablaran mucho, no una donde sólo sonara música, eso era igual al silencio. La plática de los conductores sobre cualquier tema, creaba un ambiente distractor que contrarrestaba cualquier sensación de intranquilidad en mí.

Así que, cuando me sentía mal, lo único que quería era correr a mi habitación, meterme en mi cama y encender la televisión. Y eso hacía. Sin importar si estaba en la sala de la casa, o del otro lado de la ciudad. Si me sentía mal, sólo decía “tengo que irme” y corría a casa.

Si no lo hacía, seguramente pasaría lo peor. Vomitaría o me pondría tan mal, como en la escuela, que tendrían que llevarme al hospital.

Lo cierto es que para el momento que yo llegaba a mi casa y entraba en mi habitación, todos los síntomas habían desaparecido. Es decir, había superado la crisis en el trayecto a casa, así que, creer que el lugar seguro era mi habitación era una falacia.

Esto lo entendí cuando comencé a hacer viajes largos para estudiar locución en la Ciudad de México, a seis horas de mi casa. Desde luego, sufrí incontables crisis nerviosas en estos viajes, y correr a mi habitación no era una opción. Por lo tanto, tuve que crear nuevos refugios: el baño del lugar donde estuviera, la habitación de un hotel donde nunca antes había estado, un rinconcito en la calle o en la estación del metro, en fin.

Lo cierto es que la ansiedad te va a alcanzar en cualquier lugar y en cualquier momento. Cuando huyes de ella, encontrará la forma de manifestarse incluso en los lugares que consideras seguros. Y no tienen que ser lugares físicos, a veces el lugar seguro es la compañía de una persona. Pero, ¿de verdad crees que por estar con alguien o en determinado espacio del planeta, eres inmune a lo que más temes? Desde luego que no. La mente crea refugios falsos para peligros falsos. Es un mecanismo de defensa que te permite crear la ilusión de que estás huyendo. Pero, si dejas de huir hacia tu zona de confort, te darás cuenta de que el miedo se hace pequeño y de que tu refugio no es un espacio geográfico, sino el aquí y el ahora.

“La gente me mira raro”

Probablemente la razón por la que quieres volver a casa cuando te sientes mal es por creer que los demás notarán tus síntomas y te mirarán raro.

Esto es una mentira, porque la gente no te mira raro, tú te sientes raro. En realidad, las personas no van por la calle esperando ver si encuentran a una persona con ansiedad sintiéndose mal. La mayoría va pensando en sus propios asuntos y no notarán que a ti te pasa algo. Incluso, si lo notaran, sería irrelevante para ellos.

Así que tranquila, tranquilo, puedes caminar por la calle sin miedo. Conozco a la perfección esa sensación de que todo el mundo te observa. Si tienes un gato que nunca ha salido de casa y un día lo pones en medio de la calle, observarás que se hace bolita y en la primera oportunidad correrá a esconderse en el primer refugio que encuentre. Esto es porque se siente expuesto e inseguro. Eso mismo es lo que le pasa a alguien que tiene ansiedad.

Si eres de los que temen salir a la calle, desde hoy busca cualquier pretexto para salir. Aunque sea en tu misma cuadra. Sal sólo a caminar para experimentar la ansiedad. Si comienzan los síntomas, da igual, estarás cerca de tu casa y podrás irte en cualquier momento, pero quédate lo más que puedas. Si haces esto con frecuencia, observarás que el miedo se irá y le habrás ganado terreno a la ansiedad.

“Me han hecho brujería”

Esto más común de lo que se cree, sobre todo en Latinoamérica, donde abundan un gran número de estafadores que se aprovechan de la falta de conocimiento de la gente para sacarles dinero a cambio de hacer supuesta magia para resolver sus problemas.

Probablemente, alguien que no comprende tu ansiedad te ha dicho que te han hecho brujería o algún trabajo malo. O tú mismo crees que alguna fuerza sobrenatural es la causa de tus síntomas y de tu miedo. Pero, ni estás embrujado, ni hay espíritus malignos atormentándote. Tú tienes ansiedad, y tienes que aprender a trabajar con ella.

¡Qué fácil sería pensar que existe una solución mágica para resolver tu problema, en lugar de enfrentarte a él y trabajar para solucionarlo!

No tengo la evidencia suficiente para afirmar si la brujería existe o no. Hay cosas que la ciencia todavía no puede explicar.

En una ocasión, una persona con emetofobia me contó que había acudido con un curandero que le había prometido quitarle el miedo a vomitar. Desde luego, le dijo que alguien le había hecho brujería a ella y su familia. Ella, muy entusiasmada, creía que había encontrado la salida a la fobia. “Dicen que la fe mueve montañas. Y si mueve montañas, no veo por qué no pueda quitarme un miedo” –Dijo–. “El miedo lo vas a vencer tú, nadie te lo quita. Si la fe es tu herramienta, úsala. Pero el miedo lo vences tú” –Respondí–.

Cuando fui más religioso, leí la biblia entera unas siete veces y prediqué el evangelio de casa en casa por todo el poniente y sur de Aguascalientes. Sí, yo era Testigo de Jehová, y durante años estudié a fondo las escrituras hebreas y griegas, tratando de entender quién era Dios.

Así que puedo entender perfectamente a quienes también son creyentes. Y mi razonamiento es el siguiente: si Dios solucionara todos nuestros problemas, si nos diera todo lo que queremos, ¿cómo vamos a crecer? ¿cómo vamos a aprender y a trascender? ¿qué caso tendría venir a este mundo, si no vamos a atrevernos a librar nuestras batallas?

Una de mis películas favoritas se llama Todopoderoso o Bruce Almighty, en inglés. En ella actúa Jim Carrey, haciendo el papel de un reportero llamado Bruce Nolan que vive en Búfalo, Nueva York y que conoce a Dios en persona. Cuando sus poderes le son transferidos y escucha las plegarias de miles de personas, Bruce decide darle a todo el mundo lo que quiere, lo cual no resulta nada bien. Es una comedia que deja un gran mensaje: “¿quieres un milagro? ¡sé tú el milagro!”

Ten el valor de enfrentarte a tu batalla. Tienes que vencer la emetofobia con tu poder. Nada ni nadie te quitará el miedo, ni se curará por sí sólo un día. Tú tienes que vencerlo, tú tienes la tarea de sanar. No Dios, no un brujo o curandero, no un médico, ni siquiera un psiquiatra o un psicólogo. Esta batalla es sólo tuya. Los demás podrán ayudarte, pero el cambio está en ti.

“Yo soy la víctima”

“Yo soy víctima de las circunstancias”, “tengo ansiedad porque soy demasiado débil”, “el mundo debería ser un mejor lugar”, “la vida es horrible”, “maldita fobia”, “maldita ansiedad”.

Dije todas estas frases en algún momento. De pequeño pensaba que el universo se deleitaba haciéndome sufrir. Lo admito, vaya egocentrismo de mi parte, creer que era tan importante para el cosmos, que me prestaba atención y me hacía sufrir.

La clave para superar este miedo es comprender que la solución está en nosotros mismos y no en el mundo. El mundo no se convertirá en un lugar más fácil para complacernos, así no funciona la realidad. Cada uno de nosotros utiliza su propio poder para enfrentarse al mundo y a la vida. Eso es lo que nos hace crecer.

El mundo es lo que es. La vida es lo que es. Y tú tienes el poder de enfrentarte a ambos. Y sin importar si eres joven o no, todos estamos aprendiendo a vivir. Así que, piensa en un bebé que está aprendiendo a caminar. ¿Qué hace si se cae? Probablemente le dolerá y llorará. Pero, ¿se quedará tirado ahí para siempre, lamentándose por haberse caído y diciendo que fue víctima porque caminar debería de ser una tarea más fácil? Desde luego que no. El bebé se levantará, y seguirá caminando hasta aprender. Incluso, puede que un día llegue a ser corredor olímpico… Exactamente así funciona la vida.